Pensamientos al Maghrib
Declina el sol, y se cierne la tristeza en mi corazón. Vuelvo a mi cruda realidad que no es otra que la de un tiempo prestado, un tiempo donde el amor sobrevive bajo el manto del cariño, de la esperanza, del consuelo.
Vuelvo a estar solo, aunque acompañado de lejos por la mujer que me ama, y siento una vez más las punzadas de la separación que produce la llegada de la noche.
Vuelvo a pensar en los estúpidos papeles exigidos por una ley civil que trata de conciliar en estado religioso, con el derecho civil, produciendo a la contra situaciones inconcebibles.
Vuelvo a sentir su mirada triste cuando se aleja de mi, convirtiéndola en compañeros de tan penosa tristeza que nos embarga en esos momentos.
Busco entonces consuelo, refugio en mi alma, y aunque siento la alegría de lo que tengo, de lo que fue buscado por mi durante tanto tiempo, y ahora tengo en mi vida. Pero ese consuelo no borra el dolor que produce cada día la llegada de la noche, la ausencia del ser querido.
Por otro lado, vivo y siento que el mundo que ella vive, el mundo en el que ella cree, como yo, se tambalea en nuestro Marruecos, debatiéndose entre la modernidad interesada, las tradiciones y los cambios que surgen en una sociedad, que me recuerda a los años 70, en el apogeo del tardofranquismo.
Cultura, ignorancia, manipulación, hipocresía, y otras muchas cosas, que arrebatan a una buena parte de la sociedad marroquí, en un camino de difícil retorno.
Por mi parte, trato de conciliar mi mente occidental, mis sentimientos y mis creencias, en un ejercicio de equilibrio difícil, donde solo el respeto y el amor que siento por Aicha, me permiten sobrellevar, un incomoda y dolorosa situación en todos los planos.
Solo ahora, cuando me preparo para el Maghrib, siento en mi interior, una porción de paz, de agradecimiento, de postración, en la que concilio, el dolor con la alegría, la impaciencia con la esperanza.